LA SEGUNDA OLA DEL FEMINISMO: VOCES REBELDES.
Hola agradeciendo que visites mi blog, hoy continuamos reflexionando sobre el avance de las mujeres por sus derechos, y te platicaré sobre la segunda ola del feminismo, surgida en
la década de 1960 y extendida hasta finales de los años ochenta, no fue solo un
movimiento político: fue una revolución cultural que marcó a toda una
generación. Se desarrolló en un contexto histórico convulso, en el que las
tensiones de la Guerra Fría, la lucha por los derechos civiles en Estados
Unidos, las protestas estudiantiles en Europa y América Latina, y la expansión
del capitalismo global configuraban un nuevo horizonte social. Tras la Segunda
Guerra Mundial, las mujeres habían sido llamadas a ocupar empleos en fábricas,
oficinas y espacios públicos, pero una vez finalizado el conflicto se las
presionó para regresar al hogar, reforzando el ideal de la esposa y madre
abnegada. Sin embargo, muchas se negaron a volver al silencio.
El contexto económico estaba marcado por un boom de consumo en las potencias occidentales y, a la vez, por profundas desigualdades sociales. Políticamente, los años sesenta y setenta fueron un hervidero de luchas colectivas: los movimientos anticoloniales, las guerrillas latinoamericanas, los Panteras Negras en Estados Unidos, el mayo del 68 en Francia. En medio de esas mareas, el feminismo encontró terreno fértil para cuestionar no solo las leyes, sino también las costumbres, el lenguaje, la sexualidad y la educación. Culturalmente, la juventud empezaba a desafiar la moral conservadora, la música rock agitaba conciencias, y los nuevos medios de comunicación amplificaban voces que antes quedaban confinadas al espacio privado.
Entre esas voces destacaron mujeres que
transformaron la manera de entender el mundo. Betty Friedan, con su obra The
Feminine Mystique (1963), dio nombre a “el problema que no tiene nombre”:
el malestar de millones de amas de casa atrapadas en el ideal doméstico. Su
libro se convirtió en un manifiesto que impulsó la creación de la National
Organization for Women (NOW), que luchó por igualdad laboral, derechos
reproductivos y representación política.
Simone de Beauvoir, desde Francia, había
sentado las bases con El segundo sexo (1949), un texto que en los años
sesenta se redescubrió como faro intelectual. Su frase “no se nace mujer, se
llega a serlo” desmantelaba la idea de que lo femenino era natural, revelándolo
como una construcción social.
En el terreno de la crítica cultural y literaria, Kate Millett publicó Sexual Politics (1970), donde denunciaba cómo la literatura y el arte reproducían estructuras patriarcales de dominación. Shulamith Firestone, con The Dialectic of Sex (1970), fue más radical: imaginó una revolución en la que la tecnología liberara a las mujeres del control biológico de la maternidad.
El feminismo de esta ola no se quedó en
los libros. En las calles, miles de mujeres se manifestaron por el derecho al
aborto, la igualdad salarial, el acceso a anticonceptivos y contra la violencia
machista. En América Latina, figuras como Julieta Kirkwood en Chile, Marcela
Lagarde en México o las Madres de Plaza de Mayo en Argentina resignificaron la
lucha, incorporando la perspectiva de los contextos autoritarios y de la
represión política. Estas mujeres demostraron que el feminismo no era un
movimiento importado, sino que podía dialogar con realidades locales,
enfrentando no solo al patriarcado, sino también a las dictaduras y la
violencia de Estado.
La segunda ola del feminismo dejó huellas imborrables. No solo logró cambios legales concretos, como la legalización del aborto en algunos países, la expansión de leyes de igualdad y el reconocimiento de los derechos reproductivos, sino que también modificó la cultura y el lenguaje, dando legitimidad a hablar de lo privado como político. Las universidades comenzaron a abrir programas de estudios de género y las editoriales difundieron obras que cuestionaban el orden establecido.
Fue una ola que removió cimientos: desde
los hogares hasta las instituciones, desde las fábricas hasta las
universidades, desde las calles hasta los parlamentos. Sus protagonistas, con
sus diferencias y debates, coincidieron en un punto esencial: las mujeres ya no
podían volver a ser invisibles.






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